Relocos y recuerdos

Recuéstate sobre mi regazo y hablemos de la luna. Recordemos su reflejo en el mar la noche que nos conocimos. Quizás te cueste, pero bastará con hacer un poco de memoria.
Apoya tu cabeza sobre mi hombro y nombremos las estrellas, ¿ves aquellas de allí? Forman la Osa Polar. Brillaban con fuerza sobre nuestras cabezas durante nuestro interminable primer beso.
Ven, descálzate y agáchate a mi lado, juguemos a coger la arena en nuestras manos. Tal vez así logres recordar como la sentiste aquella noche bajo tus pies descalzos.
Ahora levántate y dame la mano, todavía descalzos pasearemos por la orilla y el viento alborotará mi pelo. Podrías quitármelo con ternura de la cara y meterme con cuidado esos mechones rebeldes por detrás de la oreja. No tengas miedo. Sabes cómo hacerlo, no sería la primera vez.
Ahora túmbate a mi lado, imaginemos que somos niños encerrados en cuerpos de adultos. Recorre mi pecho con tu mano, lentamente, tú sabrás donde tienes que parar. Siempre lo has sabido.
Acércate un poco más, quiero sentir que no hay nada entre los dos y olvidarme del mundo que hay ahí fuera. Abrázame fuerte, muy fuerte. No te vayas jamás de mi lado. Cerraré los ojos, tan solo un instante. Sé que seguirás ahí cuando los abra.
Despierto en mi oscura habitación, y tu brazo no está rodeándome. Parece que aun fue ayer cuando hiciste las maletas para no volver. Sin embargo, ha pasado tanto tiempo que ya me empieza a costar dibujar tu cara en mis sueños. Pero, desde luego, siempre estarás en ellos, quizás algún día vuelvas.