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miércoles, 13 de enero de 2010

A medio camino



Se encontraron allí. A medio camino entre su casa y el puerto. Exactamente en el mismo lugar en el que se habían encontrado 15 años antes. Para ella los años no habían pasado. Tenía la misma cara que aquella chica de 17 años que todavía creía en los sueños. Él sí, el sí que había cambiado. La expresión de la cara se le había endurecido, pero a pesar de todo, seguía teniendo aquella penetrante mirada azul que no dejaba indiferente a nadie. Y ella no había sido la excepción.
Los años habían pasado, pero ninguno de los dos olvidaría jamás aquel caluroso día de julio en el que sus miradas se cruzaron por primera vez. Él venía del puerto, ella iba a la playa. Él llevaba todo el verano viéndola pero ella nunca se había dado cuenta de su existencia. ¿Cómo? Si simplemente era el hijo de un pescador del pueblo. Pero aquel día lo vio y fue incapaz de apartar la mirada de aquellos ojos azules.
Cuando se dio cuenta de que él también la miraba, bajó la vista ruborizada y siguió caminando. Aquel día no pudo dejar de pensar en aquel desconocido de ojos azules. Al día siguiente se volvieron a encontrar. A la misma hora y en el mismo lugar, a medio camino entre su casa y el puerto. Y así, durante más de una semana, sus miradas se cruzaban día tras día.
Pero un día, casi dos semanas después de su primer encuentro, ella iba corriendo por el paseo cuando de repente se chocó con alguien y se calló al suelo. Al levantar la vista para pedirle perdón, se encontró con aquellos ojos azules y no pudo articular palabra, ¡era él! Él sonrió y le tendió la mano para ayudarle a levantarse. Al acercarse a ella le susurró al odio:
-A medianoche en el sitio de siempre. Te estaré esperando, esperaré todo el tiempo que sea necesario.
Le soltó la mano y cuando por fin fue capaz de asimilarlo, él ya se perdía en el horizonte. A las doce menos cinco salió con sigilo por la ventana de su casa. Sabía perfectamente a qué lugar se refería con “el sitio de siempre”. Y tenía razón. Cuando llegó allí estaba él, a medio camino entre su casa y el puerto, esperándole tal y como había prometido.
No hicieron falta palabras. Como cada mañana, con una mirada se lo dijeron todo. Estuvieron juntos hasta el amanecer. Durante unas horas la playa fue suya, se creyeron dueños de sus vidas, escritores de su propia historia.
Y así fue pasando el verano. Durante el día intercambiaban miradas, miradas que lo significaban todo. Y por las noches volvían a ser dueños de sus vidas. Intercambiaban secretos, confidencias y palabras que para los demás no significaban nada y se amaban, sobre todo se amaban. Más de lo que jamás se ha amado nadie en la vida. Pero llegó septiembre y con él su despedida. Esa noche fue la más especial de todas. Se hicieron promesas, cientos de promesas, promesas que sabían que nunca podrían cumplir.
Aquel invierno fue interminable. Cuando por fin llegó el verano él estaba allí, a medio camino entre su casa y el puerto, a medianoche. Pero ella no apareció. La espero todas las noches durante más de una semana, pero la espera fue en vano. Poco después se enteró de que sus padres habían vendido la casa del pueblo y que nunca iba a volver. Pasaron los años y él seguía yendo la primera noche de cada verano al sitio de siempre, con la esperanza de verla aparecer a lo lejos. Mil kilómetros no eran suficientes para olvidarse de ella.
Y por fin ocurrió. Habían pasado 15 años y la primera noche de verano creyó estar soñando cuando la vio acercarse. Pero no. Era ella, sin lugar a dudas era ella. Se fundieron en un interminable abrazo. Como siempre, no hicieron falta palabras. Con una mirada resumieron 15 años de ausencias. Cuando se separaron al amanecer él sonrió y tan solo le dijo:
-Te dije que te estaría esperando, que te esperaría todo el tiempo que fuese necesario. Y lo cumplí.
Continuó el verano y sus encuentros furtivos se trasladaron al día. Y del verano a toda una vida juntos. Habían perdido 15 años y tenían que recuperarlos.

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