NADIE HA DICHO QUE LA REALIDAD SEA BONITA, O QUE NOS VAYA A GUSTAR. PERO ES LA REALIDAD Y ES LO QUE NOS TOCA VIVIR.
BIENVENIDOS AL MUNDO REAL

miércoles, 26 de mayo de 2010

Abuela

― Has cambiado.
La miré de arriba abajo durante unos segundo , ella también había cambiado.
― ¿Y ya está? Después de todo este tiempo, ¿es lo único que me vas a decir?
― ¿Y qué pretendes que te diga? Es la verdad. No eres el mismo de siempre, estás muy diferente. No sé cómo explicarlo. Como más…
― ¿Más mayor, tal vez? –no podía creerme que esta fuese su bienvenida, así, sin más. Asintió con la cabeza, muy despacio, como si le costase hacerlo–. Han pasado 5 años, ¿no pretenderías que siga igual?
― Pretendía que siguieses siendo el de siempre, mi pequeño, mi niño. Ven, acércate –me acerqué a ella, al fin y al cabo, mi abuela nunca había sido de muchas palabras precisamente –. Bueno, ahora entre tú y yo, ¿ya hay alguna chica en tu vida? ¿Cuándo voy a conocer a mis bisnietos? –excepto para ese tema. Cuando hablaba de mis novias no había quien la hiciese callar, quería saberlo todo.
― ¡Abuela, por favor! No empieces otra vez, ¿eh? –le di dos besos riéndome, pero con miedo. Se veía tan frágil, nada tenía que ver con la mujer que había visto por última vez hacía ya cinco años.
― ¿Qué pasa? Esta vieja decrépita quiere conocer a sus bisnietos antes de morirse, ¿acaso es eso un pecado?
― ¡Por supuesto que no, Abuela! Pero tendrás que esperar, todavía no he encontrado a mi chica ideal y no pretenderás que me case con cualquiera, ¿no? Aun así, no te preocupes, a este paso, tu nos enterrarás a todos, así que malo será que no la encuentre antes…
― Adrián, ¡Adrián! –la voz de mi madre me sacó de mis pensamientos–. Está empezando a llegar todo el mundo, ven hasta el salón, por favor.
La gente, me había olvidado de la gente. Toda la familia venía hoy. La familia, los amigos de la familia, los vecinos, los que habían sido sus compañeros de trabajo, los de mi abuelo… Y justo el día en el que lo último que me apetecía era tener que enfrentarme a todos ellos, escuchar sus palabras de ánimo, en la mayoría de las ocasiones vacías de cualquier sentimiento como si las dijesen por rutina, los clichés que siempre se dicen en estos casos. Exactamente lo mismo que ocurre cuando ves una película previsible, que sabes desde el principio cómo va a ser el final.
Entré en el salón. Mi madre había puesto las sillas de tal forma que formaban un semicírculo, apartando los sofás hacia un lado de la pared. En la mesa, también pegada a la pared, había todo tipo de bebidas y cosas para picar. Empecé a reconocer algunas caras entre las personas que ya habían llegado. Se acercó mi tía Mary y me dijo algo que no entendí, o directamente no quise ni escuchar, pero asentí, di las gracias y bajé la cabeza, como se espera que se haga en estos casos. Siempre he odiado las convenciones sociales, ¿por qué hacer algo simplemente porque es lo que se considera que está bien visto socialmente? Después de tía Mary vinieron mis primos por parte de padre, sus maridos y mujeres, el resto de mi tíos, los vecinos de en frente y un montón de personas que ni siquiera reconocí. Tenía la sensación de que todos repetían exactamente las mismas frases, con la misma cara de condescendencia y que, por supuesto, mi reacción era similar para todos ellos. Sentía que había saludado por lo menos a unas cien personas cuando se me volvió a acercar mi madre.
―Adrián, deberías hablar ahora, ya lo sabes.
― Mamá, no quiero. No delante de toda esta gente a la que ni siquiera le importaba ella. Están aquí porque simplemente es lo correcto en estos casos.
―Por favor… Sabes que a ella le hubiese encantado que hablases. Eras su único nieto. Si no lo haces por mí, hazlo al menos por ella –asentí con la cabeza y me moví lentamente hasta quedar delante de toda la gente. Se callaron todos, y se me quedaron mirando fijamente. Ahora era mi momento de hablar. Tragué saliva y levanté la vista. Nunca pensé que aquello fuese a ser tan difícil.
― Buenos días, gracias de verdad por venir a todos. A mi abuela le hubiese encantado veros a todo reunidos aquí hoy, ya sabéis que era un amante de las reuniones familiares. En fin… - no sabía por dónde empezar, toda aquella gente mirándome fijamente me estaba poniendo nervioso–. Bueno… nunca he sido un gran orador, así que voy a empezar por lo más fácil. Yo era su único nieto. Su nieto favorito, como demostraban los billetes que me pasaba a escondidas de mi madre –la gente sonrió. Yo no pude evitar hacerlo también–. Cuando era pequeño, lo que más me gustaba era venir a su casa al terminar las clases. Me sentaba delante de la televisión a ver los dibujos animados, ella me traía un bocadillo de chocolate y hablábamos durante toda la tarde, o jugábamos a algo. Era ella la que me consolaba cuando algún compañero me decía algo que no me hubiese gustado, o cuando me peleaba en clase por cualquier razón absurda. Guardo muy buenos momentos de aquellos años. Pero me hice mayor, y con ello, me fui a la universidad. Por suerte, venía casi todos los fines de semana que podía, y nunca me volvía sin pasar antes por casa de la abuela. Y allí estaba ella, con una sonrisa en la cara y un abrazo preparado para darme. Y así fue durante los cinco años de la carrera.
Después me fui a Nueva York, como ya todos sabréis, y pasé cinco años allí. Sin poder volver a casa ni una sola vez. Nos comunicamos por teléfono, ¡incluso le enseñé a usar el email! Aunque eso no fue nada fácil –tuve que parar un momento. Aunque cada vez me costaba menos hablar, lo que se me hacía difícil era recordar todas esas cosas–. Cuando por fin volví, una de las primeras cosas que hice fue acercarme hasta su casa. Parecía que todo seguía como siempre, pero estaba claro que había cambiado. Cinco años son muchos para una persona de 80.
Y aquí estamos, dos años después. Durante estos dos años intenté estar el máximo tiempo posible con ella. La iba a visitar siempre que podía, pero sé que no fue suficiente –las lágrimas empezaron a asomar en sus ojos –. Estuve con ella los meses que pasó en el hospital. Fueron meses largos y muy, muy duros. Pero al final se tuvo que ir, no sin antes luchar, ya sabéis que siempre ha sido muy luchadora, desde joven. Sólo hay que pensar cómo consiguió al abuelo, a su marido –asomó una sonrisa en la cara de muchos de los presentes, casi todos sabían esa historia –. En los años 50, lo normal no era que la chica fuese detrás del chico, pero ella siempre fue distinta. En cuanto lo vio por primera vez, supo que tenía que ser su marido y no paró hasta conseguir que le hiciese caso. Contaba tantas veces esa historia… estaba orgullosa de ser así, de luchar por lo que quería. Entró en la universidad, cuando pocas mujeres lo hacían, consiguió un trabajo y logró hacerse respetar entre sus compañeros, la mayoría hombres. Pero bueno, no soy el más indicado para hablar de esas historias, yo ni había nacido en aquella época.
Y nada más. Será mejor que me calle ya, que debo estar aburriéndoos. Muchas gracias por haber venido, de verdad. A ella le hubiese encantado veros a todos aquí reunidos – dicho esto me fui, no podía aguantar más tiempo delante de todos ellos. Me miraban con cara de pena, como sintiendo lástima por mí. ¿Por qué por mí? Deberían estar tristes por su muerte, no porque yo hubiese dicho todo eso sobre la abuela. Me fui a la habitación, en parte enfurecido, en parte con ganas de llorar. Ignoré el murmullo que se alzaba detrás de mí y cerré la puerta, con la necesidad de estar completamente solo. Encima de la mesa tenía la última carta que me había escrito cuando estaba en Nueva York. Tan solo dos semanas antes de que volviese. Me puse a leerla. En ella, me decía las ganas que tenía de verme otra vez, que tenía que contarme un montón de cosas, entre ellas, su gran viaje a las Islas Canarias con un grupo de amigas. Sonreí al leer lo bien que se lo habían pasado, entre la playa, los maravillosos monumentos que habían visitado, la gente que había conocido… Había escrito todo aquello con la alegría y emoción de una chica de 18 años que acaba de volver de su viaje de fin de curso. Era de esas personas a las que cualquier pequeño detalle le emocionaba, y te lo contaba con ese brillo en los ojos que, a pesar de parecer cansados por todo lo que había pasado, todavía no habían perdido la emoción.
Me eché a llorar. Llevaba demasiado tiempo aguantando las lágrimas para no llorar delante de mi madre. De repente llamaron a la puerta y sequé las lágrimas como pude.
― ¡Pasa!
― Hola… ¿Qué tal estás? Bueno, que pregunta más tonta. Obviamente no estás bien, parezco estúpida haciendo esa pregunta.
― No te preocupes. Estoy bien, bueno, todo lo bien que puedo estar en estos momentos. Siento no haber estado mucho contigo hoy. Espero que entiendas que…
― Shh… no digas tonterías. Lo entendió perfectamente. Hoy es un día muy difícil para ti, a mí también me está costando mucho, y eso que la conocía desde hace apenas un año. Pero, ¿sabes? Tu abuela se hacía querer.
―Gracias Carolina, gracias por estar aquí hoy. De verdad que te necesitaba a mi lado. No hubiese podido pasar estos días sin tu apoyo –me acerqué a mi mujer y puse una mano en su barriga, que ya se empezaba a notar cada vez más –. Pequeñín, te hubiese encantado conocer a tu bisabuela, de verdad. Y ella hubiese sido tan feliz de poder cogerte en sus brazos –. En ese momento me derrumbé, no podía más. Carolina me abrazó, sin decir nada. Sabía que en esos momentos no necesitaba palabras de consuelo, sino simplemente alguien a mi lado.
Abuela, te hubiese gustado tanto conocer a tu bisnieta. Ya han pasado 5 años, y cada día que pasa se parece más a ti. Se llama igual que tú, ¿sabes? La pequeña Isabel. Y cada vez que la miro, no puedo evitar recordarte.

1 comentario:

Loco al habla dijo...

Me ha gustado el texto. A veces cuesta recordar a los que no están. Puede que sea poco ortodoxo, pero soy de los que piensa que la mejor manera de recordar a alguien que falta es celebrar una auténtica fiesta en su honor. Estoy seguro de que a cualquiera le gustaría ver a toda la gente que quiere reír junta recordándole. Volveré por aqui.


Loco al habla